LOS CHAPINES
Nos encontramos en un momento donde una de las tareas fundamentales de los guatemaltecos después de los años de la guerra es el esfuerzo por recuperar una memoria colectiva que se nos presenta a pedazos y que nos significa la posibilidad de recuperar la noción de quiénes hemos sido los guatemaltecos en las últimas tres décadas.
Podría argumentarse que la fotografía es el paradigma más próximo para resolver este amplio dilema. Sin embargo, en esa vastedad de documentos son contados los archivos que denotan transparencia y están más próximos a revelar las situaciones, los momentos históricos, las expresiones y convivencias que por mucho tiempo fueron negados en beneficio de una representación oficial y que generalmente alimentó una visión reducida a lo turístico. Uno de estos testimonios lo conforma, sin duda alguna, la labor de Daniel Chauche, cuyo archivo personal, acumulado por más de veinticinco años en Guatemala, confirma ese propósito elevado de la fotografía que señaló Susan Sontag: el de descubrir una verdad escondida o conservar un pasado en desaparición.
No obstante, hay una verdad aun más importante. Cuando pienso en las imágenes de este portafolio y que son retratos de personajes con los cuales el fotógrafo convivió, escogió el momento, la pose, la situación y el escenario, no puedo dejar de referirme a un breve texto que escribió Richard Avedon en 1974. Avedon comenzaba diciendo que un retrato fotográfico es una foto de alguien que sabe que está siendo fotografiado, y lo que hace con este conocimiento forma parte de la foto tanto como lo que lleva puesto o la manera en que se ve. Es decir, por mucho que nos tiente la idea de situar a Daniel Chauche como un fotógrafo que ha desarrollado su trabajo a partir de un interés puramente antropológico, existe una complicidad entre fotógrafo y fotografiado que nos da una versión más cercana y genuina a la motivación de su trayectoria. Además, las piezas de este portafolio muestran a personajes guatemaltecos en la época que Daniel comenzaba a construir su propia vida en el país. Y eso implica un acercamiento que conlleva el deseo de ser parte de la cotidianidad de un grupo de personas. Tal vez la mejor manera de comprobarlo es que el mismo fotógrafo se ve reflejado en los ojos de la mujer en la abarrotería o en los de los patrulleros de la autodefensa civil.
Me parece que el vínculo que ha establecido con los fotografiados en los últimos años en Guatemala es producto de la familiaridad que se establece sólo después de mucho tiempo y de hacerse uno más de la comunidad. Aquí no existen gringos o nativos. Sólo un intercambio de mutuo beneficio, el mismo trueque que sucede cuando el retratado no es sujeto pasivo y es dueño de su propio impulso por buscar a un fotógrafo para que le tome la foto de su familia, de su casamiento o del bautizo de su hijo. En ese sentido ritualístico que ha dado la fotografía en la vida de las personas sucede la búsqueda de nuestro mejor ángulo y nos hacemos mejores personas frente a la cámara. Me cercioro de ello en la mirada de todos los fotografiados: hay un encuentro de miradas que no determina los límites del poder o del saber. Hay, en realidad, una entrega en similitud de condiciones. Y esa es probablemente la magia en la obra de Daniel Chauche.
Rosina Cazali
TEXTO DE ANABELLA ACEVEDO PARA PORTAFOLIO LOS CHAPINES – 2005
Observo las fotos de Daniel Chauche y lo que me seduce son los rostros, las miradas de las personas que ha decidido retener en papel fotográfico para ser observadas por otros, convirtiéndolas en actores de una obra concebida por el fotógrafo pero escenificada a su manera por los mismos sujetos de las fotografías, que comparten de cierta manera la autoría de la imagen. Al guión inicial sin duda se le une una complicidad que hace del resultado una realidad creíble.
Me seduce también el rescate de la dignidad del sujeto que, más que objeto de la mirada antropológica del fotógrafo, es autor de una historia propia. Realidad teatral sí, pero realidad ante todo.
Pienso en la familia de pastores, por ejemplo, y no puedo alejar la mirada de esas personas que parecen observarme a mí. Posan para la cámara, no hay duda, pero también posan para mí, que he pasado a ocupar el lugar de la lente que los captura en ese momento congelado de sus historias. Y a pesar de la pose, no hay nada en eso que los aleje de quienes en verdad son dentro de su contexto y espacio histórico. Personas de carne y hueso que nos hablan de vidas precarias a pesar de la impecable estética del fotógrafo.
¿Qué veo realmente? ¿qué hay detrás de esas imágenes aparentemente sencillas, algunas casi minimalistas? Lo que a mis ojos se me presenta como fotografía realista puede esconder también una construcción de la realidad por parte de los modelos y una interpretación de la misma por parte del fotógrafo. En una fotografía veo la mirada dulce de una mujer en su vestido de novia. Observo un poco más y pronto me doy cuenta del muñeco que la acompaña sobre su sencilla cama. La imagen se abre a la interpretación y sus diferentes niveles empiezan a desdoblarse.
Los rostros y las miradas dicen mucho, sí, pero también lo dicen los gestos como sucede con esos cinco hombres junto a un bus extra urbano que se han reunido expresamente para ser fotografiados, o al menos eso parece. Lo cinematográfico de la fotografía en blanco y negro en cierta medida los separa de la “realidad real” y los coloca ante nuestros ojos en una “realidad narrativa”, visual en este caso, que nos permiten hacer conjeturas. Los sujetos de la imagen posan su hombría, el fotógrafo los deja hacer y el resultado es la mirada irónica de un momento que para todos tenga posiblemente un significado ligeramente diferente. Gestos dignos como el del hombre que posa frente a su casa con su pistola a la cintura. Gestos elegantes a pesar de todo, como el de la prostituta que nos mira recostada en su cama, aprovechando para representar el papel que de sí misma prefiere actuar.
Y en el proceso de observar casi olvidamos que hemos estado armando nuestras propias narrativas, que siempre tendrán una dosis considerable de verdad histórica, porque sabemos de qué hablan las imágenes. El fotógrafo también está consciente de esto y sabe que la identificación será imposible de resistir. También sabe que seremos seducidos por la imagen.
Anabella Acevedo
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