Portafolios


A los 25 años Daniel Chauche decidió radicarse en Guatemala y aquí ha vivido más de la mitad de su vida. Llegó por primera vez a finales del 75 y se aposentó en San Juan Sacatepéquez. Allí pasó el terremoto del 76 y se involucró en el trabajo comunitario. De esa experiencia surgió su primera serie sobre el país, en donde ya se encuentran definidas las líneas que fundamentarán lo más importante de su trabajo. Los domingos llegaba al mercado y, como aquellos fotógrafos ambulantes de antaño, ofrecía sus servicios por dos o tres quetzales. Fue así como se fue integrando de lleno en el mundo de los sanjuaneros, en sus historias, en sus paisajes…

En los ochenta, cuando regresó para quedarse definitivamente, inició su recorrido a profundidad por estas tierras. Indagó en todos sus rincones y en todos sus rostros. Fue del altiplano a la costa y también curioseó por otras partes. Retrató lo terreno y lo divino. Al hombre y al santo. A los muertos y a los vivos. Encontró rituales y tradiciones, relatos públicos y privados. Vivió la oscura historia de este país desde la perspectiva del hombre común y guardó en su cámara los vestigios y las heridas que nos iba dejando la guerra. El resultado es una de las más importantes documentales fotográficas que se han hecho sobre la Guatemala de finales del siglo XX. Sobre esa Guatemala que empieza a desvanecerse en el olvido, a oscurecerse totalmente, víctima de la amnesia colectiva.

La mirada de Daniel es precisa, penetrante, sensible y profundamente humana. Aún si se ve envuelto en las circunstancias históricas, políticas y culturales, rescata sobre todo al hombre y comprende que es a partir de éste que toma sentido el paisaje. Rehuye del lugar común y del exotismo, y nos entrega los rasgos y las huellas de una identidad con la que no terminamos de reconciliarnos.

Fue hace unos dos años, cuando su padre le encargó clasificar los negativos de su abuelo -un excelente fotógrafo aficionado que se dedicó a documentar la vida de familia-, que a Daniel le vino la idea de revisar a fondo su propio trabajo y ordenarlo en distintas colecciones para darle una coherencia temática y así dotarlo de un sentido testimonial e histórico. Decidió, entonces, agrupar en diferentes series la obra realizada en Guatemala -entre 1976 y la actualidad- y editarla en portafolios de 12 ejemplares cada uno, más tres pruebas de artista. Estos son los primeros trabajos en su estilo que se editan como obras de arte en Guatemala. La realización pertenece totalmente al autor. Él elaboró las impresiones y el diseño de las cajas y, para proteger la obra y asegurar su perdurabilidad, siguió criterios de la archivística moderna.

El deseo del artista es devolverle estas imágenes al país, para que no se olvide de sí mismo. Que los guatemaltecos nos adueñemos de ellas y las convirtamos en un patrimonio, que más adelante nos permita comprender lo que fuimos y lo que somos.

Luis Aceituno, 2004